EL TRIANGULO DE LAS COMPUERTAS
|“Cuyo” en el idioma huarpe significa “País de los Desiertos”. Y Mendoza es el desierto que de su nada hace algo. Quedarse una noche en Finca Victoria es oír el desierto que abre la boca al agua. Una casa nueva que conserva el estilo autóctono de las primeras construcciones, poniendo la mirada en los detalles y el foco en las vides que te escoltan el sueño.
“El objetivo en Las Compuertas es que sea un vino, no un varietal”, dice Héctor Durigutti con su firma personal. Un triángulo de suelos heterogéneos con la enorme historia que significa ser la primera toma de agua de la montaña. La Finca, la bodega y la Casa Victoria están ubicadas en la calle que le da identidad a Las Compuertas, el Callejón Larreta, donde también se encuentran Cheval des Andes y Riccitelli Wines, entre otros grandes proyectos. Juntos intentan recuperar lo nativo e interpretar el lugar a través de los vinos.
Mientras el turismo se redefine en el mundo, las compuertas se abren para que puedas dormir en ellas. Junto a la bodega y cerca de “La casa del Enólogo” que alberga un hermoso restaurante bajo una parra de Criolla, Casa Victoria es la oportunidad de vivir la noche del vigneron. Ser el dueño o la dueña de las vides por un rato. La vista, los materiales nobles, las flores, los pájaros, las ventanas que abren la visión.
“Acá el vino deja de ser solo vino y se convierte en una manera de estar”.
En 2002 no tenían ni viñedo ni bodega. Con los pocos ahorros compraron 10 barricas y uva. Era la época del vino globalizado, un tiempo en el que al mundo se le dio por tomar el mismo estilo sobremaduro y amaderado. Época difícil si las hubo para los proyectos que buscaban su identidad o que por tradición no llevaran concentración y madera.
Los hermanos Durigutti tuvieron que combinar entre ellos la receta que cada uno había aprendido. Pablo venía de bodegas importantes, grandes producciones, un saber preciso y efectivo. Héctor venía de lo familiar, mirada orgánica, raíces y sustentabilidad. Entonces la decisión fue hacer un blend de estilos, meterse en esas 10 barricas de alguna manera y fusionarse para ver qué salía.
Así, como una hormiga, nació el proyecto Las Compuertas. Dándose a luz a un mundo globalizado que les abrió las puertas, en 2004 Wine Spectator ya los había proyectado como una de las mejores bodegas argentinas.
“No hay vinos buenos y vinos malos, hay vinos que te gustan más y vinos que te gustan menos”, dice Héctor, como reflexión sobre esa etapa donde el mundo pareció volverse unívoco entrenando paladares para saber lo que era “bueno”. Sobrevivir a las modas, echar raíces, cosas trilladas pero que por suerte aún hacen mucho sentido.
La viña llegó en 2007 cuando compraron una primera finca en Las Compuertas. Se trataba de cinco hectáreas de 1930, y mas tarde 10 hectáreas vecinas más. Las compuertas antiguamente no solo era el cruce con Chile. A 1.060 msnm, la ciudad tuvo el primer sistema de riego que habilitaba el agua a los canales. Era lógico que los primeros viñedos del país se asentaran ahí. Héctor y Pablo, junto con los grandes proyectos vitivinícolas de la zona, resisten en medio de una civilización que avanza sobre el pedemonte. La civilización se come a los viñedos viejos, y la viña será ese patrimonio histórico que alguna vez estará rodeado de cementos, si la moda de los barrios privados no deja de alimentarse de nuestra historia.
Hace un tiempo ya que la interpretación del clima y terroir de Las Compuertas se reveló como un verdadero sentido de pertenencia, dando un irónico giro a ese viaje que había comenzado en lo netamente comercial y terminó defendiendo un lugar y sus huellas genéticas por sobre cualquier regla de mercado.
Cuando le pregunto a Héctor cuál es la cepa que cree es la mas capaz de expresar el lugar, responde sin dudarlo: El Cabernet Franc. Se trata de un Cabernet Franc de la línea Las Compuertas. Proveniente de suelo arcilloso, es un vino que se destaca por su frescura, elegancia y nariz de hierbas frescas. “Quizás sea el material genético mas preponderante de la zona y el que mejor logra mostrar el terroir. Nos apasiona mantener la calidad en lo natural.”
Durigutti es la marca personal de dos hermanos en un camino de evolución que intenta ver integralmente al vino. Su profunda convicción es la de no perder la raíz familiar de construcción y trabajo, generando en cada proyecto la defensa cultural de un patrimonio. Quedarse un rato en la finca, conocer sus vinos, ver Las Compuertas desde adentro, es una experiencia difícil de contar, hay que vivirla. El aire tiene la carga de la historia, tiene el peso de los primeros cultivos, el aura de lo que lleva muchos años forjándose. Tomarse una noche allí, beberse Las Compuertas en la copa, entender porqué las vides hablan con tanta contundencia de ese lugar, a los dos lados del callejón, mirando los pies de la montaña y dejando que el silencio diga sus cosas simples.